Bueno. Otra vez bus nocturno. Esta vez un concepto diferente al vietnamita: la cosa comenzaba con una van de pequeñas dimensiones que salía del centro de Vientiane para finalizar en la estación principal de buses de la capital de Laos. La estación, como se lo imaginarán, no era nada especial. Ahí, parados en un parqueadero, mientras todos los turistas esperábamos expectantes a que algo pasara, o que por lo menos alguien nos informara algo sobre lo que fuera, entablé una conversación con un gringo como para pasar el tiempo. Apareció al rato un bus, con camas y todo, cosa que alegró de inmediato el ambiente. El problema fue que cada cama – una colchoneta de un metro de ancho – debía ser compartida con alguien. Por pura coincidencia terminó siendo el mismo gringo con el que ya había cruzado palabras. Para mi felicidad, un hombre bastante pequeño. Hechas las conversaciones protocolarias y los quejidos de regla sobre cómo iba a ser la noche de terrible, así, empaquetados todos en tan pequeño espacio, el hombre se tomó tres pastillas para dormir y hecho un huevito cayó privado.
Pasó al rato un ayudante del bus con botellitas de agua para todos los pasajeros. La mala fortuna quiso que la mía se cayera y se reventara. Así, con una botella de PET de medio milímetro de espesor ,con un hueco en la base, me encontré yo con un chorrito de agua mojando todo a mi alrededor. Sin saber qué hacer, la puse boca arriba dentro de mis tenis y, con un buen Solpidem, dejé el mundo de los vivos para despertarme a las 5 de la mañana bien cerquita de Pakse, lugar donde teníamos que cambiar de bus. Ya se imaginarán en qué estado encontré mis tenis… mojaditos, mojaditos. En fin, en la estación de Pakse esperamos una buena hora y media hasta qué aprecio otro bus destartalado que nos llevó hasta el puerto de Nakaset, nuestro puerto. Allí, en canoa cruzamos el Mekong y llegamos a Don Det*.
Don Det es la isla mas famosa del complejo de islotes del río Mekong en la frontera entre Laos y Camboya. Esta zona llamada, las 4000 islas, es de parada obligatoria para el turista que vaya a cruzar estas fronteras por tierra.
Para variar, no había reservado nada; cosa que siempre termina de la misma manera: al primer hostal que llegué, conversé con un cliente que se estaba alojando en el lugar, en este caso un ingles, quien me mostró su bugalou. Reservé el mío por pura pereza de buscar más y terminé en un horno crematorio de madera, con limpieza bastante dudosa. El baño, como los de todo Laos, una mierda; pero, a quién le importa, tenía balconcito con hamaca mirando a un basurero.
La isla de Don Det es un espacio para no hacer nada: el Mekong pasa despacito y la verdad, lo único que se puede hacer es hamaquear y tomar cerveza. Eso si, también se puede hacer un paseo en kayak por las aguas del mítico río y ver los delfines – no crean que el Amazonas es el único río del mundo con delfines de agua dulce – ellos, iguales a todos los defines del planeta tierra, no se dejan tomar fotos: solo se les ven las aletas, por aquí y allá, sin mucha gracia. Vale la pena mencionar que esta especie es ñata; sin nada de nariz se ven obligados a reventar las aguas del río para abrirse paso.
Seguimos hacia una cascada lo más de bacana donde uno se puede meter. El agua es tan fuerte que lo empelota a uno, así que hay que hacerlo mirando hacia la roca, agarrándose la pantaloneta aunque sea por delante, para que la gente solo le vea a uno el culo. Cosa que se puede catalogar como una molestia pero, cuando se es testigo de las chicas entrando a la cascada en bikini, inocentes de lo que les va a pasar en un instante, se vuelve un espectáculo de lo más entretenido.
Pasada otra remada larga – bastante dura – vuelve uno a llegar a otra cascada donde el Mekong en toda su extensión cae varios metros. No se imaginen las cataratas del Iguazú, es mas bien como el salto de Rin en Schaffhausen, solo que este es más amplio y uno lo puede admirar desde un punto más lejano. Las fotos, como lo pueden apreciar, no son para nada espectaculares; fueron tomadas con el celular – uno bastante mediocre. En Vientiane, mi linda cámara, la cual sigue viva, fue testigo, al igual que el dueño, como el apreciado y querido lente de todos los paseos, el super 16-85, murió. Simplemente se reventó por dentro, por cuenta de tantos zoomes hechos con ceniza volcánica que ingresó al lente en el lago Espejo en la Patagonia argentina. Nada que hacer, el lente no tiene arreglo. Lo cruel de esto radica en que en Hong Kong me ofrecieron este lente por una cifra ridículamente barata pero aunque yo sabía el que el mio estaba en malas condiciones, por cuenta de anti consumismo no lo compré. Ahora me arrepiento con verdadera amargura.
Con lágrimas en los ojos, bueno, exagero; triste de no poder hacer fotos de la cascada, nos devolvimos montados en el techo del camion – bastante miedoso y riesgoso, por cierto – hasta otro punto donde volvimos a tomar el kayak y, después de una remada durísima, llegamos de nuevo a la isla.
Cerveza y más cerveza, terrazas y terrazas, hacen como cuarenta grados centigrados y no hay nada más para hacer. Este es un sitio de descanso.