Me ha preguntado Sigilentoso, un seguidor del blog desde hace dos años, que diablos ha pasado con la moto del viaje, o si esta continúa colgando del techo. Parece ser que lo ocurrido con la poderosa solo fue publicado en el libro que nadie compró y nunca se me pasó por la cabeza informar sobre el destino de la moto a los seguidores del blog! Así que empecemos donde dejamos la moto, colgando del techo. Pues bien, mientras ella colgaba debido a su muerte prematura, su dueño, o sea yo, tenía que movilizarse de alguna manera. Fue por esto que me compré otra moto. Pasaron seis meses y los dioses decidieron poner una mancha de aceite en la carretera para que yo, a una vertiginosa velocidad de 15, óigase bien, 15 kilómetros por hora, le pasara por encima, me resbalara, cayera en la rodilla y así, despacito, en cámara lenta, lentísima, la moto cruzara al carril contrario para que dos lindas camionetas le pasaran por encima, ella muriera en el acto y yo, como para variar, terminara en el hospital con la rodilla medio fracturada, medio no del todo, pero con un hueco…!
La moto muerta fue vendida a un mecánico para que le sacara repuestos y con la poca plata que quedó en mi bolsillo decidí revivir a la poderosa. Llevarla al mecánico fue toda una aventura tomando en cuenta el lamentable estado en que se encontraba: llantas desinfladas, motor muerto, tornillos oxidados, en fin, llegó al mecánico o a varios para ser más preciso. Después de mucha mano, a ella, la compañera de tantos kilómetros, el alma le vino al cuerpo y durante otro tiempo fue mi medio de transporte hasta que se varó de nuevo. La arreglé. Se volvió a varar. La volví a arreglar. Otra vez murió. Otra vez la reviví. Así llegó el día en que me dije: — De pronto esta moto ya sí llegó a su verdadero fin —. Decidí intentar una última reparación, el diagnóstico dado por el mecánico fue muy diciente: camisas, anillos, culata, en fin, reparación de motor con todas las de la ley.
Al día siguiente recibí una llamada: por 15.000 pesitos más el hombre me la vuelve 150. ¡150! ¡Una bws con 150 cc! ¡Claro que sí! ¡Hágale! La camisa había que hacerla, la reparación de culata también, valía lo mismo hacer un agujero más ancho o más delgado y el pistón en sí, solo costaba 15.000 pesos más caro. Ni les digo, la moto quedó como una bala. Nunca antes una bws había subido palmas tan rápido. Ronca cual Ducati y con un motor a bajas revoluciones, la motico volaba por todo tipo de terreno hasta que le encontré un ligero defecto, o bueno, ella me lo mostró: puntual, como si fuera un inglés, la moto cada quince días se varaba. Problemas que empezaron a demostrar que el amor y la nostalgia por la moto eran en realidad un estado de negación propio: no quería aceptar la realidad por encontrarme tan unido a la moto. Tampoco es de volver este relato todo un cuento de relaciones melosas y romanticonas entre hombre y máquina. ¡Ya está más que probado que por fuertes que sean las relaciones, si por medio se encuentra la plata, todo el amor se acaba! Y se acabó. Me cansé de arreglarla y fue de esta manera que la poderosa encontró un nuevo lugar en el mundo… una compraventa de motos en la cual resultó que el mismo mecánico que tantas veces la había arreglado se encariño con la bws 150 con más recorrido e historia del mundo que los ciegos (o amarrados) de incolmotos nunca quisieron patrocinar. Ahora ando en bicicleta respirando el delicioso aire diésel que Ecopetrol, las volquetas y camiones proveen a nuestra linda tierra o como es la realidad, en la gran mayoría de las veces, ando en el vehículo que me presten.