En resumen, el paseo turístico del día consistió en una visita a las playas de la isla, Stanley & Repulse Bay y a un mirador famoso, el pico Victoria.
Antes de empezar cualquier movimiento por la ciudad debí, por fuerza, recargar la tarjeta Oktopus; no me fuera pasar lo de anoche con el tram. Después hice todo el recorrido a pie hasta el centro y, debajo de la estación central – qué es tan grande que hace ver a la Central Station de Nueva York como un moco–, encontré el bus que necesitaba. Vale la pena aclarar: Hong Kong no es una ciudad: ¡Es una maquina transportadora de gente en serie! Nunca se encontrará una ciudad más densa y bien diseñada que ésta. Vuelvo al relato: ¡Yo iba para Aberdeen pero el bus no! Terminé en Repulse Bay (un despiste) No me quedó de otra que bajarme – igual, este lugar estaba en mis planes – y terminé en una playa medio vacía por obvios motivo: la temperatura estaba en unos no muy tropicales 12º-14º.
Paréntesis. En mi cabeza el sudeste asiático – en el cual, por alguna extraña razón incluí a Hong Kong – es tierra caliente. Por lo tanto, los suéteres, chaquetas y botas (todos muy viejos) fueron, a propósito, dejados en tierras estadounidenses para que no me estorbaran en el trópico. Ya consciente que en el trópico no me encuentro debo informar a los lectores que por acá hace frío y no está de más traer buenos suéteres si se viaja por está época. Cierro paréntesis.
La playa de Repulse Bay me pareció bacana pero, lo que hizo que todo valiera aun más la pena fue el santuario, que asumo budista. Bacanísimo… mas que todo por las esculturas de los animalejos. Por alguna razón me parecieron la máximo y allí me quedé un buen rato mirando peces y tortugas en piedra. Aparte del templo, Repulse Bay, en el mapa apareciendo como un “Village” se compone de unas 10 edificaciones; eso sí, cada una de 40 pisos y habitada por personajes – nada de pensar en pescadores – que andan en Rolls Royce, Ferraris, Porches y, en el carro del pueblo local, el Tesla.
Cansado de Repulse Bay, continué la ruta hacia Stanley: un pueblito caza turistas que no me preció que valiera la pena. Tiene un mercado (como todos los mercados para turistas) y al llegar al malecón se encuentran dos pizzerías, un pub irlandes y un american yo-no-se-que. Lamentablemente nada que se pudiera equiparar a un Dim Sung. Pero bueno, como había que engañar al estomago hasta encontrar comida de verdad, me compré un helado de té verde! Sabía a pescado, lo boté enterito en la primera caneca que encontré (aquí hay una cada 20 metros).
En la punta final del pueblo había un puerto nada especial – pero con mucha historia – y al lado un edificio victoriano viejo – nada especial tampoco – del que no me cabe duda ha sido set de filmación de diez mil películas y donde de seguro mas de un Lord inglés, ahí, sentadito en una de las terrazas, dio la orden de destruir tal o cual ciudad del imperio sin ningún remordimiento.
Retornado a Hong Kong, y consumido en el obligatorio Dim Sung, decidí volver a la estación central para coger el bus al pico Victoria. Llegue a la estación y automáticamente caminé directo al funicular. Cuando estaba haciendo la larga fila al fin recapacité y me pregunté — ¿porque diablos estoy haciendo esta fila si yo quería hacer la vuelta en bus, no en funicular?
Nadie me contesto…
Furioso por mi propio despiste, continué con la fila, ya que no valía la pena moverme a una nueva. Recobré el buen humor al ver que los turistas les cobraban 83 dólares por subir y en cambio, a mí, por tener mi maravillosa Oktopus, solo me cobraron 28! (más o menos 4 dólares gringos). La fila ni les digo… en fin, montado en el funicular que únicamente es utilizado por turistas, solo queda aceptar que algo de impresionante tiene: es bien empinado.
Arriba, se ve Kowloon y Hong Kong y sobretodo, la niebla que los cubre – aunque sin niebla les escribiría con este mismo tonito… no vale mucho la pena –. El famoso Victoria Peak se compone de un centro comercial con una forma idéntica al museo de Niemeyer de Curitiba un par de tienditas de souvenirs y restaurantes de comida rápida (caros) y pare de contar.
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