Karatu es un pueblito polvoroso que queda justo entre el lago Manyara y el cráter del Ngorongoro, la entrada a la famosísima sabana del serengueti: la de todos los documentales que no ha sido filmados en el delta del Okabango. Visto en el mapa, Karatu ofrece la mejor ubicación del mundo; el problema es llegar, aunque en esta entrada evitaremos hablar de eso. Solo agregaré a esta introducción pueblerina qué, Arashu, al este, una ciudad caótica y poco recomendada, lejos de las atracciones que veníamos a ver, resultó ser la que tenía toda la infraestructura y facilidades para hacer los tours. Muy tarde venimos a saber esto; ya estábamos en Karatu y no había posibilidad de reversa.
Sin siquiera poder encontrar como ir a ver las hienas, leones y demás animales a un precio medianamente pagable, nos buscamos como entretenernos en este pueblo. Encontramos un tour en bicicleta de montaña que pasaba por las colinas aledañas. La primera impresión fue de duda, las segunda, asombro, la tercera se podrá describir como un, “no jodás!” y la cuarta, prisa.
Nuestro primer contacto del tour fue con nuestro guía experto que… tenía el casco al revés!
¿Será que si llegaremos a algún Pereira con este maestro? Pues no, llegamos a un cafetal donde nos mostraron el modo más rústico posible de selección, despulpe y tostado. Informado el guía que con café no iba a impresionar a nadie, la familia de la casa nos sacó un café que nos vimos obligados a comprar (ya lo probamos y es malísimo).
El siguiente paso fue 50 metros más lejos en un taller de escultura en ébano. De ahí salimos con una esculturita y un poco asombrados si nuestro paseo deportivo iba a ser más bien un zigzag donde todo el mundo nos iba a ofrecer cosas o ponernos en situaciones donde no nos podríamos salir sin dejar nuestro dinero ahí.
Pues bien, salimos de ahí y llegamos a una escuela un kilómetro más lejos. Sin mucho preámbulo nos metieron a un salón de clase lleno de niños y sin más nos empezaron a contar sus sueños y a preguntarnos cosas sobre nuestros países. Vale la pena acotar que el motoneto aborrece todo humanoide que posea en su haber menos de 15 abriles. Confieso esto para ambientarles mi buen humor y confort con la situación.
En fin, el proceso aconteció sin contratiempos, tal como lo tenían planeado y, cuando ya me estaba emocionando porque se había acabado, nos esperaron afuera para una sesión de canto y baile. Cinco minutos después heme ahí, en medio de niños forzado a bailar con ellos.
Cuando por fin terminaron y pensamos: – ¡somos libres! –, nos invitaron a una oficina donde después de explicarnos el funcionamiento de la escuela – del cual no estábamos interesados –, palabras más palabras menos, nos pidieron plata.
Logramos salir de la situación sin dar un centavo. El guía experto, ahora con el casco al derecho, fue comunicado de nuestro deseo de acabar con el paseo ciclístico una vez nos narró cual era la siguiente parada (un mercado local – ahí fijo nos desplumaban). El camino a Karatu nos llevó a una ¿ladrillera? como última parada turística.
Ya en nuestra posada pude comprobar que nuestro paseo de 20 kilómetros, bien medidos por Strava no pasaban de 6 y, allí mismo pude comprobar que no solo era un paseo deportivo, sino también cultural. Húyanle al paseo cultural en Tanzania: consiste en ser puesto en situaciones incómodas para poder vaciar la billetera. Cómo podrán darse cuenta, el paseo no gustó. Todas las esperanzas quedaron puestas en los leoncitos, cebras y hienas que para el momento no estaban para nada seguras.