Stone Town

Me encontraba en la ciudad de piedra, Stone Town, la capital de Zanzibar, la isla que en algún momento fue una ciudad-estado mercante y que ahora era el sitio donde me iba a motilar. Esto es importante porque en Suiza, un simple corte de pelo cuesta tanto que, si acaso llegase a tener el dinero para pagarlo, igual mi dignidad me impediría hacerlo. De ningún modo, nunca, jamás de los jamases pagaría esa suma. Un corte de pelo no puede llegar a costar tanto, más cuando la mitad de África se muere de hambre (y si no se murieran tampoco sería ético cobrar semejante suma), en fin, con mi orgullo y ética impidiéndome motilarme en el país que vivo y con un pelero insoportable sobre mi cabeza, estaba pues en la ciudad de piedra pensando que de pronto esta era la ocasión perfecta para pagar lo justo por un par de tijeretazos en la cabeza.

Las primeras andanzas no fueron para nada promisorias. Paseando por aquí, por allá, viendo el puerto con el océano índico azul turquesa y súper cristalino, paseando por las callejuelas cercadas por casonas de estilo árabe, portones súper decorados y vendedores tipo árabe enloquecedores; las estrechas callejuelas son un bazar y los Zanzibareños, una mezcla de árabe, indio y maasai, muy comerciantes con técnicas de mercadeo cercanas al acoso.

En fin, un día, para ser exactos el segundo, encontré lo que estaba buscando, una peluquería. Una vez negociado el precio, la pregunta que el hombre me hace en swahili, después traducida al inglés es:

­– ¿Con cual lo motilo, con la 4 o con la 5?

– ¿4 o 5? –, me quedo un rato pensando. “¡Ah! ¡Este man cree que me a va motilar con una máquina!” – ¡No amigazo, la idea es que lo hagás con tijeras, como lo hace cualquier peluquero!

El compañero le traduce. Nuestro hombre se queda paralizado como piedra, con ojos blanqueados por el pánico, pero, empujado por una irresponsabilidad digna de admirar, temiendo acaso perder su negocio, dijo sin siquiera ponerse rojo: – ¡Claro, no hay problema! Venga siéntese acá y empezamos.

No crean que soy bobo, era evidente que el hombre no había utilizado unas tijeras en su vida, pero, ante la perspectiva de continuar con esa mata de pelo sobre mi cabeza en ese calor tan insoportable, y verme obligado a pagar este proceso dos semanas después en francos suizos, decidí sentarme y hacer cara de… No me la vi. Estaba muy entretenido viendo por el espejo como se iba a desarrollar la ejecución del proceso al que me iba a someter. En fin, con una torpeza sin igual el peluquero me hecho dos plufs de agua con su atomizador. (Cuando puso su frasquito con agua en el mostrador, la poca agua, que por mayoría en mi cara había puesto, se evaporó) Agarró un par de tijeras y… se puso a temblar. ¡Temblar es temblar! ¡Con ganas! Me miraba la cabeza. Miraba sus manos. Las acercaba. Las volvía a alejar. Hizo esto varias veces hasta que se acordó como lo había visto antes (vaya uno a saber donde) y me agarró con la otra mano un mechón de pelo y que quedó dudando si poner la tijera arriba de los dedos o abajo. Indeciso, cortó una puntica de unos 5 milímetros. Me miró: – ¿Así?

Con señas le respondí que tomara confianza. Lo peor que podía pasar era tener que hacer uso de la cinco. O la cuatro. Me volvió a mirar con pánico, comenzó a temblar aún más y de a 5 milímetros en 5 milímetros se tomó la confianza suficiente para trasquilarme sin método. Un poquito por allá. Otro por el lado. Un plufcito de agua que se evaporó no más al salir de la botellita. Otro cortecito por allí. Otro por allá. Un lado mas largo que el otro. Media capul tapaba un ojo. La otra mitad ya no existía. Una patilla sin tocar, la otra a medio camino. Todo pelo que pasaba por la tijera, el viento se lo llevaba directo a Franziska, quién desesperada hacía hasta lo imposible para quitárselos de encima (incluyendo cambiándose de lugar) con muy poco éxito. El hombre cortaba atrás. Le hacía yo señas que volviera adelante. Cortaba un poco y volvía atrás. Le volvía a hacer señas que volviera adelante. Lo hacía un poco y volvía a atrás. Hasta que al final llegó a un punto donde el resultado era del largo deseado, aunque sin simetría, ni estilo, y le hice la seña que el hombre tanto esperaba: – Pará ahí que ya me cansé.

El hombre se detuvo. Franziska se quitaba pelos de encima. Yo me miraba y veía la mitad de mi ex-pelo pegado a mi y a mi sudor. Al lado había un sifón y allí metí mi cabeza. El resultado fue peor. Salí por las calles de Stone Town correando agua, sudado, con los pelos pegados a mi piel, con menos plata en mi billetera, pero… con una sonrisa de oreja a oreja! Por fin, !no más pelo!

El resultado de la operación no es tan malo como el proceso de realización

Puertas de Stone Town

Calle principal del centro histórico

Ventanitas

Balcones

Una plaza que llevaba al mar

Old Fort

Callejuelas-Bazar

Callejuelas

Mall

Alumbrado Público

Calles del centro histórico

Una iglesia, atrás un mezquita

Calles

Banderines

Vía principal

Cebra inexistente y muy irrespetada

Otra calle