Vientiane

Un buda hechándose un motosito

Vientiane será la única ciudad del país que puede llamarse ciudad. Pero, si me preguntan, diré que es algo así como un Caucasia. Laos, al igual que Kosovo, es un país que si se deja solo en el mundo, no tiene mucho con que subsistir: quienes arreglan los cajeros automáticos son de Camboya, los pilotos de los globos son chinos, las carreteras del norte las construyen los chinos, la calle principal de Vientiane, una calle común y silvestre, hecha por Japón, el puente que los une con Tailandia, pagado, diseñado y construido por Tailandia… en fin, Vientiane es algo parecido a Prishtina; una ciudad que parece más pudiente pero la verdad es que es una especie de cascarón falso. Los edificios nuevos están desocupados y los centros comerciales y restaurantes son caros para el país que los alberga. Es así, que la clientela de estos restaurantes sean los embajadores y el personal radicados en el país, o sean los turistas que obligatoriamente pasan por esta ciudad. El contraste con Vietnam es evidente, allá, más ricos y muchísimo más industriosos, tienen pocos carros, eso es evidente, los impuestos para adquirirlos son exhorbitantes y solamente la élite puede costear tamaños precios. El ciudadano medio vietnamita solo puede transportarse en moto. En Laos se ven muchos carros. Acá en Vientiane aún más, eso sí, si uno mira las placas, bastantes de ellas son las siempre azulitas placas diplomáticas,.

Tal como Kosovo, lo que pulula en Laos son ONGs de todos los tipos y sabores, personajes fuertemente adoctrinados que a mí parecer hacen más mal que bien.

Casi en su totalidad las ONG son regidas bajo principios de izquierda, es decir, en sus países de origen, los voluntarios de estas organizaciones aborrecen con toda su alma los estratos sociales, las elites y todo lo que encarnan.

Elites
Círculos sociales que debido a su alto poder adquisitivo, comparados con el resto de la población, arman su propio mundo aparte, sin juntarse con los ciudadanos de a pie y, en cambio, viviendo con todos los lujos en pequeños grupos de iguales en los que pueden decidir, sin contar con las opiniones de los demás, como debe ser el desarrollo del país o ciudad, el tipo de economía a establecer, etcetera, etcetera.

Los profesionales de las organizaciones no gubernamentales, al llegar al país pobre que tanto sueñan ayudar, obtienen, por el riesgo de ir a un país pobre e inseguro, unos salarios aumentados; además de ser pagados en euros o dólares. Instaurados en la ciudad capital del país (Vientiane) o en el pueblito miserable que pretenden ayudar (puede ser un Tumaco) se transforman en una caricatura amplificada de lo que tanto detestaban en sus países de origen. Me explico, generan una camarilla de occidentales preocupados por el futuro del mundo, con salarios 15 o 20 veces más altos que los del país a ayudar, cuentan con empleados que son quienes verdaderamente hacen el trabajo de campo – y corren todos los riesgos –, deciden, sin mucha ceremonia, que es lo que necesita el pueblito o país, ya que, por sus conocimientos y estudios superiores sobre los locales, se consideran más aptos para decidir que es lo que conviene y que es lo que no.
Por las noches, a la hora de la farra, irán al sitio más cachetudo de la ciudad y obvio, no serán acompañados por sus amigos locales o empleados de la ONG, estos ganan en salario local; un poquito más que el mínimo y no podrán pagar las cuantiosas cifras que sus jefes europeos o estadounidenses están dispuestos a pagar por una borrachera.

Al final, en un país pobre se relacionarán con los poderosos o quienes tienen poder de decisión para poder sacar adelante sus proyectos. Eso, sin contar amigos de la clase alta con la que podrán compartir afinidades culturales, artísticas y serán, a los ojos de los locales lo mismo que las elites de su país son para ellos: un grupúsculo de privilegiados que andan en camarilla, sintiéndose superiores a los demás – la élite occidental a causa de su poder adquisitivo, los miembros de las ONG, encumbrados por su sensibilidad hacia la pobreza y su superioridad moral –, tendrán un carro blindado, polarizado, o por lo menos más grande y nuevo que el que una persona rica local se puede comprar, y por último y más caricaturesco, deciden por los pobres que es lo que les conviene.
No pretendo decir acá que las ONG sean malas, a pesar de su adoctrinamiento politico y su estreñida manera de ver la realidad, muchas veces impulsan cambios y hacen obras que los gobiernos simplemente ignorarían. Eso no borra tampoco, que ellos se parezcan tanto a sus enemigos, la elite.
Un ejemplo colombiano, cuando la policía decide matar a alguien, sea por accidente, sea por encargo, algo que ya nos tienen bien acostumbrados, sus superiores – e inferiores –, por pura solidaridad de cuerpo, encubren la situación, así sepan que detrás, esté pasando algo raro.
En ese instante las ONG de derechos humanos ponen el grito en el cielo y critican, con total justicia, el proceder de la policía y su ridícula solidaridad de cuerpo que a la larga tanto daño le hace a la institución.

Si un comando de las FARC, asesina, como nos tiene acostumbrados, a algún campesino que en teoría ellos dicen defender. Ahí sí, las ONG se quedan calladitas. “Para no alborotar el avispero”, dicen; sin embargo, su comportamiento es igual al de la policía y los militares: solidaridad de cuerpo. Por ser la guerrilla de izquierdas, prefieren no atacarlas para no estigmatizar a todos los grupos de izquierda con los que ellos se identifican, así sean conscientes de que lo que hicieron las FARC fue un crimen, y nada más que eso.

En las ONG internacionales es siempre notorio como adoran a dictadores y autócratas de países tercermundistas tipo Fidel Castro, Chávez, etc, cuando por los mismos procedimientos que estos personajes hacen, si fueran hechos en su país por algún politico local, estarían pegando el grito en el cielo, llamándolo Hitler o Stalin y pidiendo su renuncia y cárcel en el acto.

Tanto los militares, policía y ONG se equivocan; a la larga, si no se purgan de los elementos radicales o sucios, el daño será siempre para lo que dicen representar.
En fin, reniego de las ONGs en este post, porque Vientiane tiene muchos de estos tipos en carros grandes; porque Laos esta repleta de ellas; y porque en esta ciudad no hay mucho que hacer, es, para usar el término más respetuoso posible, un cagadero; eso sí, con calles asfaltadas.

Los carros que no se ven el los otros países de la región y que en este caso son obviamente de extranjeros

Para llegar a Vientiane debí esperar una hora a que apareciera gente suficiente para llenar el cupo de la van; esto, bajo el sol mas inclemente, en medio de una pista de aterrizaje sin edificio aeroportuario a la vista. Ahora este lugar es un intermedio entre plaza de mercado, campo de futbol, basurero y paradero de buses. Pasada la hora y contando con ocupantes suficientes, salimos hacia el lado equivocado… primero había que recoger algunas cositas en la casa del chofer y, a partir de ahi, seguimos con destino sur hasta que dos horas después la llanta decidió pincharse. Debimos esperar un buen rato y, cuando por fin se veía Vientiane, el bus paró y nos hizo bajar. De nuevo la mafia de los tuk tuk había logrado establecer la terminal de buses bien lejos para obligar a los pasajeros a depender de ellos para llegar a la ciudad. De plano me negué a todos los ofrecimientos de los tuktuk; pedían demasiado. Logre hablar con un hombre de Laos, pasajero en un tuk tuk y supe cuánto había pagado y hacia donde iba. me monté allí. Me hicieron bajar… al parecer se pelean a los extranjeros y algún personaje tiene derecho a ellos en algún horario o día preestablecido. Montado en un tuk tuk después de una negociación durísima, fui salvado por un grupo de ingleses que, por ser tantos, lograron bajar aun mas el precio. Y… por fin llegué.

 

Pose china