No más botes, el tiempo no da. Además, aguas abajo hicieron una presa que obliga a los ocupantes del bote a bajarse y tener que tomar un tuk tuk. Mi tiempo y paciencia no dan para tanto. Tomé entonces una mini-van que demora 3 horas para llegar a Luang Prabang; aunque en esta ocasión se demoró cinco. Habían más ocupantes que sillas y yo, sentado en una sillita provisional, me quedé un largo rato viendo los campos de Laos. Son pobrísimos y pocos cultivos se ven. Los pueblos son polvorosos y de madera. En realidad no se de qué vive la gente… trabajarán en los pocos cultivos supongo.
Llegados a la famosa ciudad que nos recibió con unos cálidos cuasi cuarenta grados, tuvimos que negociar otro tuk tuk hacia el centro pues la estación de buses quedaba bien alejada de la ciudad, y nadie quería caminar cuatro kilómetros con la mochila a espaldas en semejante calor.
Los tuk tuk son los taxistas de Laos; más que una agremiación son una verdadera mafia que, de alguna manera que desconozco, lograron convencer al gobierno que todas las estaciones de buses quedaran alejadas del centro (o pueblo) para obligar a la gente a contratarlos y poder esquilmar a los turistas o locales sin consideración alguna. Los precios van más allá de lo ridículo y cualquier persona que esté de viaje por estas tierras, debe evitarlos a toda costa a menos que sean un grupo de 5 o 6; en ese caso los precios son negociables. Si, como en el caso de quien esto narra, se encuentra viajando solo, ahí lo más recomendable es hacer amigos en el bus, pues los necesitará para contratar a esos sinvergüenzas (3 o 4 kilómetros a 40 grados de temperatura con mochila a cuestas no los camina nadie!)
Empecemos con la famosa ciudad que hasta ahora no hemos siquiera mencionado; Luang Prabang. Es chiquita; con el resto del día que tuve. Apenas llegué de Nong Khiaw, pude caminarla de extremo a extremo con un santuario en un morro incluido. Muy bonito, muy doradito, con budas al estilo indio y mosaicos hechos con espejos de colores. El calor es infernal; para escapar de él solo queda sentarse en una terracita al borde del Mekong para tomar cerveza y nadas más; lo mismo que uno haría en Magangué u Honda. Cuando se esté cansado de esa terraza su puede mover uno unos cien metros a otra terraza vecina.
La ciudad tiene un monte atrás que lo hace a uno sudar a chorros, el cual tiene un templo en su cumbre que hace suspirar de tristeza a quien el morro subió. — Toda esta subida para ver este templito!? —. Bueno, amigo turista, lo que importa del morro no es el templo ni la gigantesca huella del budasaurio, la razón por la cual se debe subir, es porque arriba se tiene una vista muy buena de la ciudad y sus campos circundantes, eso, claro está, si la niebla no los nubla, valga la redundancia, tal como me pasó a mi.
Abajo, se puede visitar un palacio real con su templo vecino y unos carruajes reales más bien ordinariongos, pero, eso sí, bien doraditos. Hechas estas visitas, es obligatorio volver a terracear mientras el sol de la tarde se va. Una vez el astro sol se encuentra bien hundido bajo la aguas del Mekong, es posible hacer compras en el mercado de la noche; no es nada diferente a la avenida principal, cerrada para los carros y repleta de ventorrillos, en los que negociar precios es fácil. Uno sale con la sensación de no haber sido tumbado, a diferencia de Vietnam. Antes de renegar sobre Vietnam, allá, tumbado y todo, sigue siendo mucho más barato que este país, así posean muchas más riquezas. Laos es caro para los estándares de la zona. Los hoteles en Luango Prabang son costosos. O será que ya me estoy volviendo amarrado?