Los caminos
El camino francés es el más famoso. Este es recorrido por primíparos, devotos, turistas y gringos y chinos. Es plano, tiene muchas facilidades para el caminante (restaurantes, bares, mercaditos, hospedajes, etc) No se pasarán más de 5km sin encontrarse algo. El camino está en buen estado y muchísima gente lo recorre.
Cómodo restaurante al lado del camino
El camino del norte es el segundo en importancia aunque la cantidad de gente que lo recorre es un quinto del francés. Mayoritariamente es para alemanes y franceses. Deportistas y primíparos son sus usuarios, quienes en general no desean interactuar con mucha gente. No lo recorren devotos ni gringos. No posee muchas facilidades pero igual, cada 10km se puede encontrar al menos un café, aunque pueden haber trayectos en los que no hay nada en el medio así que desde el día anterior hay que mercar. Los paisajes son muy lindos y el camino en muchas ocasiones esta en mal estado, en otras no se puede llamar propiamente camino sino, en cambio, carretera, pues por asfalto se anda.
Caserío en el camino del norte
El mar cantábrico
El calzado
Vale la pena aclara que el asfalto es lo peor de lo peor, pues por ser tan duro y plano, y normalmente cada paso del caminante es exactamente igual al anterior; una receta perfecta para destrozar pies. Si, como fue el caso mío, las botas que se llevan son incómodas, se llegará al punto que con solo el primer paso en el asfalto, los pies comenzarán a doler de tal forma que cada kilometro habrá que detenerse para descansar. Estas botas lograron que los huesos de la planta del pie dolieran. Si. Los huesos por si solos dolían tremendamente, con el agravante que uno no se puede untar cremitas en los huesos y las pastillas de ibuprofeno, que es lo único que puede hacer uno en esos casos, no sirven para nada. Pasados cinco días de torturas con las botas, decidí hacer un paso de montaña con havaianas. Caminados 24km con ellas los pies dijeron “no más”, se inflaron como balones y se hizo evidente que así no se podía seguir. Cómo habíamos llegado a Gijón, decidí enviar mis botas por correo y comprarme un par de zapatos más cómodos. ¡Si que lo eran! Pero tan bien eran nuevos, y eso es otro problema. Zapatos nuevos siempre implican ampollas.
¡La union hace la fuerza!
Boimil es un pueblo en Galicia. No tiene nada de especial que agregar a este relato a parte de ser el punto donde sucedió un trágico suceso. No fue de lo peorcito que pueda pasar, sin embargo lo recuerdo con horror.
Recomenzado el trayecto después de estrenar los zapatos en Gijón, una linda ampolla nació en mi pie. Saludable ella, creció y creció hasta colonizar media planta del pie; como quien dice, llegó para quedarse. Unos días después, mientras a esta ampolla le crecía una especie de cayo para proteger la piel bajo ella, a su lado nacieron dos ampollas más. Una más cerca de los dedos. La otra más cerca del puente. Después, vaya uno a saber cómo, una nueva ampolla apareció, esta vez bajo la grande y establecida ampolla, creando una mega ampolla de dos pisos con otras dos ampollas un poco más pequeñas como vecinas.
Vimos el letrero que decía Boimil, solo faltaban dos kilómetros para llegar. Ya habíamos caminado unos veintipico kilómetros y estábamos animados porque Boimil era nuestro destino. De pronto, el pie hizo pflshh. ¡Epa! ¡Qué es eso! me pregunté curioso. Este era un dolor nuevo, hasta ahora desconocido. Es más; ni siquiera sabía si era un dolor o lo que sentía era algún otro sentimiento que no sabía nombrar. Algo acuoso se movía entre los dedos del pie y la media. A cada paso, el pie hacía splash y me incomodaba un poco. Esto fue valido para los cinco primeros pasos. Después se hizo obvio que de hecho este nuevo sentimiento podría catalogarse como dolor, pues, acompañando al splash, venía unos punzones agudos, como si fueran muchas agujas perforando la planta del pie. Faltaban dos kilómetros y muy a mi pesar, me vi con un pie menos.
Ya se imaginarán, fueron unos muy largos dos kilómetros. A mi parecer, tres horas – en realidad algo menos – fue lo que nos tomó para llegar a nuestro destino. Allí, en procesos dolorosisímo me quité los zapatos. Lo que había sucedido se hizo evidente; las cuatro ampollas habían decidido formar un sola. Cómo reventaron la piel interior y se comunicaron entre ellas, eso lo ignoro, lo que si sé es que después de hacer esto, hicieron ¡pum! Explotaron. De ahí venía el splash: a cada paso, el liquido salía hace el exterior por el recién creado hueco.
Dolor y Espiritualidad.
El dolor no lleva a la espiritualidad. El hecho que mis ampollas se unieran en una sola, o que antes los huesos dolieran de forma intensa no hicieron que encontrara a dios ni que me encontrara a mi mismo. Habrá que informarle al lector que ninguna de ambas opciones se contaban como objetivo de viaje. El hecho de no querer encontrar a ninguna divinidad, ni buscarse a si mismo, no quiere decir que el viajero a-espiritual no sienta nada. Siente dolor, claro, porque cuando a uno en el camino le da un dolor, no quiere decir que con el tiempo este desvanezca o que uno se acostumbre a el. No. El dolor viene y duele, además, permanece y continúa doliendo al día siguiente. Pero el problema es que cada día viene con un nuevo dolor que también duele y permanece. Y así, de dolor en dolor, el caminante hace su camino. Cada nuevo dolor nace superponiéndose sobre el otro; potenciando otros dolores; tomándose toda la atención de su huésped para sí, o intermitentemente apareciendo cada vez que ha sido olvidado. El camino puede volverse una pasión, pero eso no llevará al caminante a ninguna espiritualidad. La verdad sea dicha, el camino de Santiago es de hecho un dolorosísimo ctrl + alt + supr mental. Es literalmente un borrado cerebral o si se quiere, un tratamiento detox mental. Después de unos 15 días el caminante – si pensara –, notaría que ya no piensa más. Los problemas ya no existen y la vida, aparte del horrible dolor de pies, es fácil. Solo hay un objetivo cada día: caminar para el frente. Solo hay un problema: cuantos kilómetros faltan. Solo hay un cálculo mental: cual es mi promedio de kilómetros por horas y cuantos kilómetros tengo que caminar. A que horas llego. Esta es la espiritualidad peregrina. Cuando tu mayor problema es tan simple y tu cerebro está siendo utilizado únicamente en cálculos básicos de promedio. El cerebro se resetea y los problemas dejados en la ciudad se van olvidando uno a uno. Así, de repente, el nervioso de antaño, se ve al día 20 como el más calmado y relajado ser humano de la tierra; un ser sin problemas.
En un mundo de estrés y nervios, la calma y la despreocupación es un privilegio. Algunos – los que nos son religiosos – llaman a esto espiritualidad o encontrarse a si mismo. Yo prefiero reseteo mental. Sigo sin saber que hacer con mi vida, pero no me importa, y no me importa porque no pienso en ello; es más, no pienso en lo absoluto.
Cómo nota al margen, después de tres semanas desintoxicando la cabeza, solo se necesitó un día de trabajo para toxicarla de nuevo… la vida es cruel.
Linda panorámica cerca a Aviles
Cudillero
Soto de Luiña
Un amigo del camino
La infaltable flechita
Vacas al lado del mar
Lluarca
Caserío de Asturias
Camino sobre la quebrada
Playa
Lucio, me gustaron mucho las tres crónicas y la clasificación de los peregrinos. Dime si tú sabes cómo se quitan las ampollas.
Yo hice 230 kilómetros del camino francés pero no me encontré con gringos y chinos . Tampoco estaba saturado porque era mayo que es antes de la temporada alta.
Cuando nos veamos comparamos crónicas. Espero que ya estés aliviado de los pies.
¿ y a Franziska como el fue?
Las fotografías, hermosas.