El plan era uno. Viajar por tren hasta Raron y de allí volver bordeando el Ródano hacia Fiesch para subir al Aletchgletscher volver a Raron y al otro día tomar un tren hacia Zermatt y ver al famosísimo Matterhorn, el iconico monte que esta estampado en el log de Alpina.
Siguiendo en plan en orden a Raron llegamos y en un camping dejamos nuestras mochilas para volver en un trencito a Fiesch, el lugar donde estaba el teleférico. De entrada la chica del counter nos dice: – el parque esta cerrado, allá arriba todavía hay nieve, mi trabajo me obliga decirles esto, no obstante, si ustedes quieren subir, en cinco minutos sube un teleférico con gente que va a subir a hacer arreglos y cositas así.
Nos miramos, – Hágale! – Llegados arriba vemos que, de hecho, todo esta muy nevadito pero, como el día está lindo y no hace frío, comenzamos a caminar por la nieve hacia el túnel que atraviesa la montaña y que tiene en su otro extremo un chalet ubicado en un pequeño valle que baja hacia el Aletchgletscher, nuestro destino. El camino era lindo y la vista, mejor.
Rápidamente la nieve se traga el camino aunque este es más o menos evidente. Cómo siempre no llevo nada impermeable y los tenis, de tela ya mojada, tienen la suela completamente plana, superficie ideal para lisarse lo más posible en el hielo. Llega un punto donde de hecho nos preguntamos: – Será que seguimos? Será que no? – El terreno se ha puesto difícil y la nieve llega a las rodillas. Es bastante cansón caminar así. Detrás de un recoveco de la montaña logramos ver un puntico negro que parece ser la entrada al túnel. Proseguimos.
Nos espera una sorpresa, el túnel está cerrado y prácticamente tapado por la nieve. Eso no me desanima, ensayo una puertica y esta abre. Ya que estamos aquí… pues sigamos. El túnel negro como el que más, lleno de charcos helados e iluminado por la débil luz de mi celular es de un largo de un kilómetro o algo así, distancia que es bastante larga si se toma en consideración que buena parte de él se atraviesa cuando absolutamente nada se ve (el celular solo apunta al suelo más inmediato para no entrar en uno de los charcos – el agua es friísima).
Llegamos al otro lado la puerta estaba cerrada. La abrí y me encontré con un morro de nieve que impedía el paso; sin embrago por un lado se podía escalar hasta llegar al nivel de la nieve y de allí poder ver el valle con su chalet a un lado y un lago lo más de bonito al otro.
La idea del paseo era seguir el camino por unas seis horas o algo así al lado del glaciar hasta llegar a un pueblito (chalet) llamado Riederalp. Para hacer esto debíamos caminar a la orilla del glaciar, camino que debía hacerse con mucho tiento pues bajo la nieve pasaba una quebrada que venía desde el lago pero que, cubierta por la nieve, se demostraba una trampa que si caíamos el paseo se acababa. Pasada una hora llegamos al borde donde nos encontramos con una vista muy especial y la felicidad de ser las únicas personas allá arriba.
La felicidad duró poco; una nube negra, negrísima decidió encallarse en el valle y cuando comenzamos a buscar el camino para llegar a Riederalp, este había desaparecido. Intentamos por unas rocas pero la cosa resultó peligrosísima.
No nos quedó de otra que devolvernos, la dicha fue grande cuando sobre nosotros empezó a caer nieve en vez de lluvia. Corriendo como pudimos, pasando entre sapos que vaya a saber uno como aparecieron en semejante lugar, llegamos al túnel. En esta ocasión ya no fue tan entretenida la cruzada, yo ya estaba ensopado y el frío, ni les digo.
Al salir al otro lado notamos que ya en este lado de la montaña había llovido. Nos salvamos! Caminamos al teleférico y hora y media después, vimos que de hecho el pueblito no tenía a ningún ser humano y el teleférico, obvio, estaba apagado. Chanfle! Eran las 6, 6:30 de la tarde y teníamos luz hasta casi las diez. La teoría decía que nos quedaban 3 horas para bajar la montaña en tres horitas.
Después de una hora de caminada montaña abajo el camino dejo de ser sendero y se convirtió para nuestra desgracia en una trocha de downhill (muy bien anunciada para quienes hacen ese uso). Esta empezaba justo en el lugar donde se encontraba un chalet (el último y para variar, cerrado y vacío), ahí mismo los meniscos de la rodilla derecha que me estaban jodiendo la vida desde hacía varias horas decidieron sacar la mano y ahí mismo con la rodilla hinchada y definitivamente tiesa me encontré por sorpresa un palo de esquiador entre la maleza. Sin poder doblar la pierna, seguí el camino durante unas dos horas más hasta que… la otra rodilla sacó la mano. Fue un momento triste, mirar al suelo y ver lo difícil que era el camino, saber que ninguna de las piernas se doblaba más de 5 grados sin generar un dolor agudo inaguantable, si miraba hacia el frente solo veía arboles y más arboles y si miraba hacia el cielo, de sol ya no quedaba nada.
No me alargaré, con los dolores más horribles , con un caminado que para un tercero sería lo más de divertido presenciar, con el humor en los suelos, con gotas cayendo del cielo y a las once de la noche, viendo muy poquito logramos llegar a Fiesch. Allí, en la estación tuve el placer de ver el último tren pasar sin parar. Tristes, adoloridos y desesperados debimos esperar 45 minutos donde pasaba el último bus, un lechero que se detuvo en cuanto poblado había en el valle del Ródano. Casi a las 12:30 llegamos a Visp y la suerte dijo que el último tranvía hacia Raron salía en 30 segundos, lo logramos! Cómo a la una pudimos llegar al camping donde sin siquiera decir palabra sobre los sucesos del día con solo poner la cabeza en la almohada el mundo se apagó.
Al otro día, el día de Zermatt, amaneció de un lindo tal, que ya sabiendo cuanto del Matterhorn podíamos ver, tomamos un tren de vuelta a casa.